Andaba la Muerte corriendo por las
calles, provista de sables y de espadas. Zigzagueante. Segaba el aire cargado
de jazmines. Era el sol un incendio de claveles. El cielo, una granada, encendida,
empurpurada.
Apretó el revólver entre sus manos. El viento
atravesado en su garganta. Cruzó como una ráfaga la noche y se perdió en algún oscuro
callejón sin nombre.
La Muerte corría jadeante, enajenada,
echando fuego por sus ojos, sembrando a su paso tempestades.
La Muerte, galopando embravecida.
La Muerte, mordiendo el aire a
dentelladas.
María Graciela Kebani
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