domingo, 12 de febrero de 2017

LA MUERTE ENAJENADA


      
           Andaba la Muerte corriendo por las calles, provista de sables y de espadas. Zigzagueante. Segaba el aire cargado de jazmines. Era el sol un incendio de claveles. El cielo, una granada, encendida, empurpurada.
        Apretó el revólver entre sus manos. El viento atravesado en su garganta. Cruzó como una ráfaga la noche y se perdió en algún oscuro callejón sin nombre.
        La Muerte corría jadeante, enajenada, echando fuego por sus ojos, sembrando a su paso tempestades.
         La Muerte, galopando embravecida.
         La Muerte, mordiendo el aire a dentelladas.       

                                                                                  María Graciela Kebani
            

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