jueves, 8 de agosto de 2024

La casita de los abuelos

       





                      Por fin me detuve. Había caminado durante horas y horas y no había llegado a la casa. La memoria me había traicionado otra vez.

             No podía recordar dónde había vivido el abuelo. Fugaces imágenes se me aparecían como relámpagos iluminado apenas los recuerdos. Y veía la callecita sinuosa arbolada de plátanos gigantescos y el sol suspendido de sus ramas. Y allá, en algún lugar de esa cuadra tranquila y remota, sin tiempo y sin prisas, la casita con su porche y su jardín amorosamente cuidado por la abuela. Luego las imágenes se confundían un poco. El comedor, la cocina, el patio lleno de plantas y flores. Nada más. Un túnel oscuro por donde no podía transitar la memoria. Parecía que ni la calle ni la casa hubiesen resistido el paso de los años.

                     Ya no podría recuperar el pasado. Debía admitirlo. El pasado solo deja huellas, nada más. Si las deja en el corazón, perdurarán. De lo contrario, se esfumarán como una nube de verano.

                     Volví sobre mis pasos.

                      En algún lugar del corazón dormían mis abuelos su sueño eterno. 

                                   

                                                                                   María Graciela Kebani


       

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