Estaba ahí, parado en una esquina brumosa y perdida, fumando. Cigarrillo tras cigarrillo. La noche con su silencio borraba los recuerdos. No era el único que esperaba. La luna deambulaba por ahí, sin rumbo, sin destino. La soledad se palpaba hasta en la sangre.
El viento se había quedado sin voz y sin campanas.
El invierno aún resistía y andaba colgado de los árboles. Y él seguía allí, fumando, con el frío arañándole las manos y los bolsillos de la campera, vacíos.
María Graciela Kebani
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