EN EL CAMINO
Andaba la noche, errante, sola y en sombras. El camino ascendía no se sabía adónde, fatigosamente pedregoso, sediento de luna. De vez en cuando el viento refrescaba la pesadez del viaje. Un silencio más tremendo que el silencio de Dios.
"¡Mienten, mienten, fanáticos embaucadores! ¡Acabaré con todos ellos, los exterminaré sin piedad!"
El sendero se hacía más empinado; la oscuridad, más densa, más sofocante. El sudor culebreaba por todo su cuerpo, ciñiéndole el pecho, los brazos, las piernas... Y la pendiente subía, subía, serpenteante, entre penumbras. Avanzaba a tientas, arañando las telas de la noche, tropezando con sus propios pensamientos, buscando la verdad.
"¿Hacia dónde voy? ¿Adónde me llevan mis pasos? Ni rastros de la luna, ni una estrella para estrella para encender esta oscuridad; ni una gota de agua para calmar mi sed."
De pronto, un súbito destello lo encandiló, hiriendo con su deslumbrante claridad hasta sus imprecaciones. sus piernas sintieron los rasguños de las piedras y el peso de sus pecados.
"¡Ah, eres Tú! Tú quien me llama y me persigue. ¿Qué quieres de mí? ¿Dónde estás? ¿Por qué te escondes? No puedo verte. Cerraste mis ojos con tus terribles rayos. ¡Revélame la verdad! No me dejes así, caído entre tantas tinieblas. ¿Quién, quién eres? ¡No me abandones ahora que nos hemos encontrado!"
Cuando abrió los ojos, su mirada se anegó de sombras. También la sed se había apagado.
María Graciela Kebani
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