Un ogro feroz e impiadoso asolaba a un pequeño pueblo perdido entre altísimas montañas. Entonces el alcalde decidió enviar al pícaro y astuto Gato con Botas cuyas hazañas se conocían más allá de los mares para que se deshiciera de tamaña amenaza.
El felino, sin dudar un segundo, aceptó el desafío. Se despidió, con una elegante reverencia y prometió que en siete días regresaría para confirmarles que el peligro había desaparecido.
El ogro lo recibió encantado. El Gato sin tapujos le planteó la misión que le habían encargado. Expeditivo, le propuso a su contrincante dirimir la cuestión a través de una partida de ajedrez. El triunfo del felino determinaría que el Ogro debería replegarse y dejar de devastar al poblado, harto ya de sus fechorías.
Entonces, ambos se dispusieron a competir de muy buen talante.
Como era de esperar, triunfó el Gato con Botas. Sin usar ni siquiera una espada ni derramar una gota de sangre.
Satisfechos firmaron un tratado de paz y de amistad. De ahora en más, una nueva edad de oro, de convivencia pacífica, libre de agresiones y de violencia se mantendría por los siglos de los siglos.
Déjenme aclararles, amigos lectores, que este es solo un cuento.
Cualquier semejanza con el mundo real, es mera coincidencia.
María Graciela Kebani