Venía la noche,
negra,
ennegrecida,
convocando penumbras
y silencios.
Y venía la madre
con el niño
en sus brazos,
con los ojos barridos
por una lluvia de lágrimas
y un dolor
lacerante
que le apretaba el corazón
y la garganta.
La madre avanzaba,
arrastrando
siglos y siglos
de opresión y desencanto,
cargando en sus brazos
al niño.
Y el niño lloraba
y su llanto
no hallaba consuelo
y sus manitas oprimían
las desoladas manos
de su madre.
Y la noche oscura,
más oscura que la muerte
tendía su cerco de sombras.
No había luna
ni estrella que alumbrara.
No había luna
ni estrella que acompañara
a esa madre
y a su hijo
en su brutal desamparo.
María Graciela Kebani
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