martes, 26 de julio de 2022

Y un silencio ominoso...

      


     De pronto, las palabras se precipitaron como las aguas de una casacada. Se despeñaron atropelladamente hacia el precipicio que se abría en la tierra.

     Entonces los seres humanos enmudecieron. No hubo más palabras que tejieran puentes entre los hombres. Y un silencio ominoso empezó a crecer desmesuradamente desde las entrañas mismas del infierno.

                                                                        María Graciela Kebani

   

Y venía la madre

 


Venía la noche,

negra,

ennegrecida,

convocando penumbras

y silencios.

Y venía la madre

con el niño

en sus brazos,

con los ojos barridos

por una lluvia de lágrimas

y un dolor

lacerante

que le apretaba el corazón

y la garganta.

La madre avanzaba, 

arrastrando 

siglos y siglos

de opresión y desencanto,

cargando en sus brazos

al niño.

Y el niño lloraba

y su llanto

no hallaba consuelo

y sus manitas oprimían

las desoladas manos

de su madre.

Y la noche oscura,

más oscura que la muerte

tendía su cerco de sombras.

No había luna

ni estrella que alumbrara.

No había luna 

ni estrella que acompañara

a esa madre

y a su hijo

en su brutal desamparo.


                          María Graciela Kebani

miércoles, 20 de julio de 2022

Teníamos que seguir corriendo

      



     Corrimos sin parar hasta perder el aliento. Sin embargo, no llegamos a ningún lado. Nos habíamos quedado solos. Aún no alcanzábamos la salvación, por el contrario, la persecución no había terminado.

      Teníamos que seguir corriendo.

                                                                 María Graciela Kebani

sábado, 16 de julio de 2022

NO HABÍA SALIDA

   


   Atravesó un puerta, luego otra y otra y otra. Hasta que no encontró ninguna puerta más. 

Entonces tomó conciencia: no había salida.


                                                               María Graciela Kebani

martes, 5 de julio de 2022

Caían las hojas del otoño



Caían las hojas del otoño

como caen

las lágrimas,

una a una;

caían

como caen

las gotas de la lluvia

en la ventana;

como caen

las horas

en el abismo 

del tiempo.

Caían las hojas

del otoño

como caen 

las notas 

desde un piano.

Y el viento 

se llevaba

la música

de las hojas

que caían, 

caían con la nostálgica

melodía

que el otoño

repetía como una letanía.

Y las hojas

doradas

iban tejiendo

una espiral infinita.

                                María Graciela Kebani