La luna andaba errante por las orillas de la noche. Las sombras desdibujaban los caminos solitarios. El viento sembraba estrellas en un cielo espectral.
Eran las doce en el reloj sin tiempo.
La hora de las pesadillas.
La hora que engendran los monstruos que nos rondan como nos rondan los miedos y las dudas.
La oscuridad acrecentaba la presencia de la muerte.
Pensamientos sombríos difuminaban la poca esperanza que alguna vez abrigamos.
La luna acabó por precipitarse en las profundos abismos de la noche.
María Graciela Kebani
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