domingo, 19 de diciembre de 2010

NADIE ENCENDÍA LAS LÁMPARAS

NADIE ENCENDÍA LAS LÁMPARAS
A Felisberto Hernández

Nadie encendía
lámparas.

Nadie.

Poco a poco resbalaba
la luz
por las paredes de la noche
y entonces
las sombras
mostraban
sus rostros
oscuros,
siniestros.
Nadie encendía
lámparas.

Nadie.

Nada
se veía
ni cerca ni lejos.
Nada.
Piedras.
Un camino
tortuoso
subía
reptando.
Y un grito
hacia estallar
los cristales
del cielo.
Un grito
que horadaba
los ojos negros
de la noche.

Tumbas.

Como leones
Hambrientos
de luna
abrían sus fauces,
para vomitar
sombras
y más sombras.
Y la memoria
se volvía sombra
y las sombras
de los muertos,
como fantasmas,
retornaban
para que no se convirtiera
en cenizas
el olvido.

Nadie encendía
las lámparas.
Nadie se atrevía
a enfrentar
los ojos de los muertos.
Nadie podía,
nadie quería
encender las lámparas.
Miedo.
Remordimiento.

Las tumbas abiertas.
Esperaban que alguien,
por piedad,
encendiera las lámparas.

María Graciela Kebani

SILENCIO

SILENCIO

Silencio.
Ni un suspiro,
ni un gemido.
Ni el viento
atravesando el tiempo
como un cuchillo.

Silencio.
Ni un murmullo
ni un latido.
Ni siquiera un trino vibrante,
desafiante,
que abra ventanas y jaulas,
abarrotadas.

Silencio.
Ni una queja,
ni un zumbido.
Ni siquiera una voz
que se alce
fogosa,
como un grito.


Silencio.
Que nadie hable,
que nadie maldiga,
que nadie emita palabra
ni frase disonante.
Que nadie perturbe
la armonía,
que nadie altere
este equilibrio
letal, este martirio.

Silencio.
Que nadie se rebele
ante este orden
injusto.
Tiemblen.

Silencio.
Que nadie se subleve
ante el terror,
ante la muerte.
                                                             María Graciela Kebani

lunes, 22 de noviembre de 2010

La noche es un tiempo sin campanas

La noche es un tiempo sin campanas.
La luna, una explosión silenciosa de jazmines;
el cielo, un mosaico de estrellas y desvelos.
Ni una voz ni un alarido.
Nadie que pregunte ni responda.
Nadie que justifique este silencio.
Nada que justifique este destino.
Nada que explique la muerte y su sombra cotidiana.

María Graciela Kebani

Remedios Varo

domingo, 21 de noviembre de 2010

ESPINAS

ESPINAS

Hambre.
Punzante.
Cielo de espinas.
Esquirlas.
Heridas abiertas.
Heridas que sangran.
Sangre que mana
incontenible.
Sangre que corre
entre los gritos
de los niños.
La noche.
Los muertos.
Cruces sin nombre.
Hambre.
Horada el cerebro.
Aturde.
El hambre estalla
y se expande
como reguero de pólvora
y el sol siembra
los campos de fuego.
La tierra arde,
se quiebra, se agrieta
y el hambre desborda.
Como un río desbocado
inunda las bocas desiertas,
hinca sus dientes,
sus filosos colmillos
para devorar, impávida,
hasta los huesos.

María Graciela Kebani

QUETZALCÓATL



                      




QUETZALCÓATL

       Las sombras poblaron los rincones de fantasmas. Las escaleras subían y bajaban a los tumbos. Los pisos crujieron sin reparo. Algunas puertas rechinaron imprevistamente y las ventanas dejaron colar la blanquecina luz de la luna. Temblaron los espejos como pétalos de rosa. El viento resbaló entre los carillones y su voz repicó como campanas. En los jardines los pájaros plegaron sus alas y entre el follaje anidaron sus trinos.
      Fue inminente su llegada.

                                                                  María Graciela Kebani

La poesía

LA POESÍA

    Cavó con sus propias manos la tierra húmeda de rocío. Sembró de versos el cielo de los hombres. Repicaron las campanas del alba y la poesía corrió desatada como un río, inundando los valles y los mares, las arenas y la sangre y los jardines y las sombras... Corrió como lava de volcanes incendiando de soles los espacios.La poesía trepó por las escaleras del viento y giró arrebatada en los molinos y como lluvia fresca regó los sembrados y la tierra baldía.
    La música estalló expandiéndose entre violines, violas, laúdes y guitarras.
   La poesía buscó ansiosamente las nubes, los corazones, los deseos, las golondrinas, abrió las alas como una mariposa y se llenó de azahares y de estrellas.
    Y sembró de versos la tierra de los hombres... 
   
                                                                                   María Graciela Kebani