domingo, 19 de diciembre de 2010

NADIE ENCENDÍA LAS LÁMPARAS

NADIE ENCENDÍA LAS LÁMPARAS
A Felisberto Hernández

Nadie encendía
lámparas.

Nadie.

Poco a poco resbalaba
la luz
por las paredes de la noche
y entonces
las sombras
mostraban
sus rostros
oscuros,
siniestros.
Nadie encendía
lámparas.

Nadie.

Nada
se veía
ni cerca ni lejos.
Nada.
Piedras.
Un camino
tortuoso
subía
reptando.
Y un grito
hacia estallar
los cristales
del cielo.
Un grito
que horadaba
los ojos negros
de la noche.

Tumbas.

Como leones
Hambrientos
de luna
abrían sus fauces,
para vomitar
sombras
y más sombras.
Y la memoria
se volvía sombra
y las sombras
de los muertos,
como fantasmas,
retornaban
para que no se convirtiera
en cenizas
el olvido.

Nadie encendía
las lámparas.
Nadie se atrevía
a enfrentar
los ojos de los muertos.
Nadie podía,
nadie quería
encender las lámparas.
Miedo.
Remordimiento.

Las tumbas abiertas.
Esperaban que alguien,
por piedad,
encendiera las lámparas.

María Graciela Kebani

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