Durante años me persiguió sin tregua. De noche, cuando se desplegaban las sombras y el silencio redoblaba el miedo.
Yo veía en medio de la oscuridad sus filosos colmillos que brillaban salvajemente y me provocaban un ciego pavor. Sus ojos siempre me miraban fijos, sin parpadear, causándome un terror indescriptible. Hasta que un día me propuse acabar con esta horrenda criatura, engendro del demonio.
Entonces, clavé mis ojos en sus ojos, como puñales, para demostrarle que no le temía.
Ahora, después de muchos años, soy un hombre viejo, y el único monstruo que me persigue, día y noche, noche y día, es la muerte que vive amenazándome.
María Graciela Kebani