Con antorchas salieron a buscar al niño. Se internaron en el bosque, iluminaron cada recoveco, cada árbol, pero no hallaron ni rastros. El pequeño no aparecía. Gritaron su nombre y su nombre se perdía en el umbrío follaje de la noche. Un pájaro chilló y crujió el silencio.
Entonces creyeron oír el llanto de una criatura. Pero no. Ni llanto ni niño. Era el viento que ululaba entre las frondas. Decidieron abandonar la búsqueda y retomarla en las primeras horas del día.
Sin embargo, todos creían que el pequeño no aparecería.
No se equivocaban.
María Graciela Kebani
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