Me desperté sobresaltado, perseguido por una horrenda pesadilla. Sin embargo, con los ojos abiertos la pesadilla continuaba. Estaba corriendo por el andén para subir a un tren que siempre se alejaba. Y no llegaba. No conseguía salir de la estación. Los trenes pasaban y no se detenían. Y la gente se iba amontonando en el andén. Mientras, la noche se dedicaba a desempacar sus maletas repletas de sombras. Poco a poco se encendían las farolas.
De pronto, el ensordecedor campanilleo que presagiaba el arribo de otro tren.
Volví a despertar obnubilada por los faros de la locomotora. Ahora sí podría subir. Ahora sí. Pero el aullido feroz de la sirena volvió a despertarme. Y otra vez no logré ascender a ningún vagón.
Y me quedé allí, mientras las farolas seguían parpadeando.
María Graciela Kebani
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