Temí perderme por esas callejuelas oscuras y, por momentos, siniestras. Andaba a los tumbos entre las sombras.
Como un ciego avanzaba por ese laberinto que no me conduciría a ningún sitio.
Caminé y caminé hasta que repentinamente, no me pregunten cómo, me topé con un portón descomunal que interrumpió mi errático deambular.
Allí un hombre me vaticinó:
-Si usted atraviesa esta puerta, solo encontrará el vacío.
-¿El vacío?
-Así es. Nada. Detrás de este portón no hay nada.
María Graciela Kebani
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