Cuando encendió la luz, descubrió que se hallaba al borde de un precipicio.
María Graciela Kebani
Cuando llegó a la estación, el tren ya había partido. Se sentó dispuesta a esperar el siguiente. Pasaron minutos, horas, días, semanas, meses, años, pero nunca arribó.
María Graciela Kebani
Desde las profundas entrañas rugía el mar como un león herido.
El viento arremolinaba las olas que estallaban con toda la furia contra los acantilados.
Y el estruendo ensordecedor estremecía hasta las rocas. La humanidad bramaba desde los abismos.
En el lacerante fragor del mar bullía el ingente dolor que venimos soportando desde el principio de los tiempos.
María Graciela Kebani
Cuando salió al balcón, desistió. Allá abajo, lo esperaba la muerte casi, casi, con una sonrisa.
María Graciela Kebani
Temí perderme por esas callejuelas oscuras y, por momentos, siniestras. Andaba a los tumbos entre las sombras.
Como un ciego avanzaba por ese laberinto que no me conduciría a ningún sitio.
Caminé y caminé hasta que repentinamente, no me pregunten cómo, me topé con un portón descomunal que interrumpió mi errático deambular.
Allí un hombre me vaticinó:
-Si usted atraviesa esta puerta, solo encontrará el vacío.
-¿El vacío?
-Así es. Nada. Detrás de este portón no hay nada.
María Graciela Kebani
Así, de repente, comenzaron a oírse extraños ruidos. Se agigantaban con el silencio de la noche y me perturbaban sobremanera. Buscaba explicaciones, pero no hallaba ninguna.
Ni una gota de viento.
Crujían los muebles, rechinaban las puertas. Tremolaban los escalones de las escaleras.
Hasta el tiempo en el reloj latía estrepitosamente como un corazón aterrado.
Se sacudían las ventanas y las cortinas flameaban como banderas.
Las sombras se agitaban y los espejos amenazaban con hacerse añicos.
Y los chillidos se tornaban insoportables y en la casa todo rechinaba presagiando la llegada del apocalipsis.
Silbidos agudos perforaban las paredes y mis oídos. Parecía que me hallaba en alguno de los círculos infernales que imaginó el Dante.
Ahora cimbraban el piso y los techos. Y yo, ahí, en medio de esa estridente oscuridad. Mientras el universo estallaba estruendosamente a mi alrededor.
María Graciela Kebani
Sembré la tierra de palabras. Regadas por la lluvia germinaron y florecieron poemas. El viento los llevaba entre sus ramas y los dejaba caer como las doradas hojas del otoño.
Y así la poesía se esparció su luz sobre la faz de la tierra. Sus versos encandilaron a los hombres y su perfume les recordaba el paraíso alguna vez perdido.
María Graciela Kebani