Llena la luna de una luz resplandeciente, casi como un sol plateado, se agigantaba.
Amenazaba con cubrir con su resplandor los espacios siderales.
Minuto a minuto aumentaba su fulgor y su redondez espectacular.
Acabó devorando la noche con sus miles de estrellas y una luminosidad exorbitante se expandió por toda la tierra.
Bandadas de pájaros se lanzaron a volar con el sol destellando en sus alas.
Había amanecido. Y otra vez como en los tiempo primigenios se escuchó la voz de Dios que aleteaba sobre las aguas iridiscentes.
María Graciela Kebani
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