jueves, 20 de agosto de 2020

Allá va mi infancia



Todavía recuerdo aquellas tardes
de verano, plenas de sol y de inocencia.
El cielo era un espejo infinito,
 de sueños, de esperanzas y de lirios.
Azul,
azul como el mar,
como el silencio
de una mañana de domingo.
La tierra, una copa
rezumante de vida,
espumosa, efervescente.
Recuerdo todavía con nostalgia,
aquellos días de risas y de rezos,
colmados de jazmines y de ensueños.
El cielo estaba lejos,
muy lejos,
pero podían mis manos alcanzarlo
y llenarse de estrellas, de rocío.
Allá va mi infancia,
caminando despacito
por las calles.
A la sombra acogedora
 de los árboles,
de la mano del viento
y de los libros,
abiertos de par en par
como ventanas.
Allá va mi infancia,
entre música y versos,
con sus muñecas,
sonriendo,
volando
en las alas de los pájaros.
Allá va, sin prejuicios ni problemas.
El sol bulle
 tanto o más
como la vida.

                        María Graciela Kebani

EL MAR



   Echó a correr como perseguido por un alma en pena. A los tumbos. Por veredas erizadas de sombras y cales profusamente adoquinadas.
    Algún que otro farol alumbraba apenas las esquinas desiertas.
   Corría como alma que se la lleva el diablo.
   Corría enajenado, como viento huracanado, mientras una miríada de voces y de pasos lo perseguían.
    De repente, se detuvo, miró hacia atrás. Solo sus huellas impresas en la arena.
  Ante su mirada atónita, el mar, un mar resplandeciente, bajo una luna descomunal, de una diafanidad desconcertante.
   Permaneció allí, inmóvil. Por primera vez pudo contemplar la rotunda luminosidad de la luna y el mar,  que se extendía resplandeciente como una llanura infinita ante sus ojos.

                                                                                                       María Graciela Kebani

miércoles, 12 de agosto de 2020

DOLOR



Dolor.
Áspero gris, el cielo
amenaza desplomarse
en una catarata de piedras.
Se precipitan desde las cimas celestiales
arrastrando la sangre
que fluye ardiente
de la tierra.
Dolor.
Un dolor intenso,
incesante,
punzante,
en todas partes,
a cada instante,
en el aire, en las sombras,
hasta en las venas.

Buenos Aires,
ya no sos amparo,
ni anhelado refugio
de migrantes y de sueños,
ni mano generosa que se tiende,
ni faro de luz
en noche de tormenta.
La Plaza de Mayo
hoy nada festeja,
ni la revolución
ni mucho menos
nuestra independencia.
Solo grita, grita y es
un aullido de dolor
que se agiganta
en el hueco desolado
de tu llanto
y en cada rincón sombrío
que se esconde
bajo la autopista,
en tu rostro enmascarado
exhibes
la descarnada miseria
que te habita.

            María Graciela Kebani