Primero toqué el timbre, una, dos, tres, cuatro veces. Nada. Nadie respondía- Después golpeé como para que alguien me escuchara. Pero no. Nadie salió a abrir la puerta.
De pronto, alguien me increpó:
-¿Quién es usted? ¿Qué quiere?
-Soy solo un hombre que busca una respuesta.
-¿Cuál es su pregunta?
-¿Qué hago yo en esta tierra?
-No soy yo quien debe saciar su curiosidad.
-¿No podría responder a mi cuestionamiento? Alguien debería. No es tan difícil.
-¿Le parece?
-Alguien pergeñó este mundo.
-¿Por qué debería existir una razón, un sentido?
-Siempre hacemos algo con un fin, aunque no esté muy definido.
-No, no siempre. Al contrario, el absurdo es la regla.
- Usted cree que la razón...
-Engendra monstruos, a veces...
-¿Monstruos?
-Sí, todo aquello que está fuera de la ley, de los dogmas, de la conciencia y que acaba rozando los bordes de un precipicio siempre abierto, dispuesto a devorarnos.
Usted debe admitir que la debilidad de la razón no es capaz de soportar el edificio que el hombre ha erigido en su nombre o en el de Dios, cualquiera fuera su naturaleza. Le aconsejo que continúe su camino y siga golpeando. Alguna puerta por fin se le abrirá y encontrará, quizás, alguna respuesta a su pregunta.
-Tal vez la duda sea el único camino.
María Graciela Kebani