La lámpara apenas iluminaba la habitación. Afuera, con el viento, la luna se bamboleaba como un farol.
Ni la mirada de un niño que encendiera una sonrisa.
Ni un gato acurrucado cerca de la calidez de un hogar.
Ni un trozo de pan sobre la mesa.
Nadie.
Nada más que un silencio perturbador e inacabable.
Nada más que la soledad más descarnada.
Nada que anunciara la vida.
María Graciela Kebani
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