El auto se detuvo en medio de una ruta desolada. Maldije mil veces haber decidido a las apuradas visitar un pueblo insignificante perdido en las montañas. Todavía me faltaban kilómetros y kilómetros para llegar.
En mi desesperación traté de descubrir a algún automovilista que circulara por esa ruta perdida entre valles y quebradas que se alargaba y reptaba como una serpiente. Nada por aquí, nada por allá, como diría un mago ante un público ávido por creer cualquier portento. Mis ojos buscaban alguna luz como un sediento un oasis en medio del desierto y en el colmo de la angustia se volvieron al cielo, en busca de alguna señal o implorando algún milagro. Difícil. No sé qué haré.
Sin embargo, quizás, algún prodigio suceda y entonces...
Estimado lector, no te confundas: esto no es un cuento.
No hay desenlace ni nada que se le parezca.
María Graciela Kebani
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