Se abrían y se cerraban las puertas con una furia inusitada. El viento giraba desorbitado como las aspas de un molino. Los pájaros huían buscando un refugio seguro, mientras chillaban enajenados.
Un rayo quebró en dos el cristal azogado del cielo y el trueno dejó caer, colérico, un alud de piedras y de espanto.
Las ventanas se abrieron y la tormenta se desplomó sobre la tierra.
María Graciela Kebani
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