Salió al balcón y una oleada de sol lo dejó sin aliento. Cuando sus ojos calibraron la distancia que lo separaba del asfalto, prefirió afrontar la vida y no enfrentarse a la muerte.
María Graciela Kebani
Salió al balcón y una oleada de sol lo dejó sin aliento. Cuando sus ojos calibraron la distancia que lo separaba del asfalto, prefirió afrontar la vida y no enfrentarse a la muerte.
María Graciela Kebani
El tren se detuvo en la estación. No subió ni bajó ningún pasajero.
Solo, allí en la penumbra, un niño. En sus manos sujetaba una maleta.
En esa valija se refugiaban sus sueños.
La bocina aturdió el aire. El tren se puso en marcha y se perdió en medio de la bruma.
La noche crecía más allá de la estación.
María Graciela Kebani
Una estampida de gritos y el llanto trepando por los lóbregos muros de la noche. Después, silencio. Un silencio ominoso, erizado de púas que se clavaban en nuestros corazones y no nos dejaban respirar.
Nos quedamos sin palabras. Solos.
Con el grito ahogado en la garganta.
Con el llanto deshecho entre las manos.
María Graciela Kebani