martes, 6 de diciembre de 2022

Ningún dios podría perdonarnos

      




      El viento sacudía su pelambre con furia inusitada. La tarde se había vuelto noche casi de repente.

       Los  rayos como serpientes de acero agrietaban los cielos plomizos, mientras los truenos echaban a rodar su estruendosa ira. 

      Los pájaros ya habían desaparecido buscando amparo.

     Pronto la tormenta se nos caería encima y no nos daría tregua. Las plegarias que lográbamos hilvanar, las pavorosas ráfagas del vendaval las deshilachaban.

     Hasta los relámpagos desnudaban nuestra impiedad y los truenos no hacían más que acallar nuestras voces suplicantes.

     Ningún dios podría perdonarnos. 


                                                                                                 María Graciela Kebani

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