No encontraba las llaves, ni la billetera, ni los lentes. Tampoco aparecían ni su maletín ni sus relojes. Ni siquiera sus trajes colgaban en los placares ni sus libros se alineaban en su biblioteca. Después de todo, aquella casa no era su casa, ni era su rostro, el rostro que le devolvía la luna del espejo.
María Graciela Kebani
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