Me caí en el pozo de la noche y, de inmediato, empecé a cavar para encontrar algún rastro de la luna y las estrellas. Sin embargo, mis ojos se cubrían de polvo y de sombras y mis manos, por más que que cavaran y cavaran, acumulaban oscuridad.
¿Dónde había quedado enterrada la luz? En ese antro de tinieblas solo podía anidar la muerte.
Pese a todo, abrumado, seguí removiendo la tierra para desenterrar algún mínimo destello que alumbrara ese foso inacabable.
María Graciela Kebani
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