Cuando finalmente llegó, se dio cuenta de que la puerta no se abriría.
Había caminado horas y horas, había perdido el rumbo, había reencontrado el camino una y otra vez.
Había atravesado puentes, había recorrido enmarañadas autopistas que no conducían a ningún sitio.
Un frío punzante clavaba sus púas y le cortaba el aliento.
Y ahora estaba allí, frente a esa puerta, cerrada, con sus recuerdos congelados, como ese viento que azotaba las ramas del árbol de la memoria.
Sin embargo, a pesar de todo, a pesar del frío y del viento, pulsó el timbre y se dispuso a esperar.
María Graciela Kebani
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