El sol va apagando poco a poco sus velas, mientras la noche abre sus ojos que resplandecen como los ojos de los gatos.
De sus entrañas escaparán las sombras que irán tejiendo sus relatos de horror.
Apuró el paso. Quería terminar cuanto antes. De pronto, le pareció que alguien lo seguía. Se equivocaba.
La calle estaba totalmente desierta. Los faroles empezaban a encenderse. No hacía calor, pero sudaba y sentía la camisa pegada al cuerpo.
Avanzó con más prisa aún. Parecía huir. Llegó casi jadeando a la esquina.
El dolor del puñal le ahogó el grito en la garganta.
María Graciela Kebani
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