ENCRUCIJADA
Después de haber caminado y caminado durante horas y horas llegó al punto en que el camino se bifurcaba. Se secó el sudor que amenazaba cegarlo. Respiró hondo. Atardecía.
Allá, lejos, el cielo. Expandía su caballera enrojecida.
La encrucijada le planteaba una disyuntiva. Cuando creyó decidirse, advirtió que no había sendero ni nada que condujera a algún sitio. Perplejo, se quedó clavado allí, allí donde se enlazaban el cielo y la tierra, misteriosamente.
María Graciela Kebani