sábado, 27 de junio de 2020

ENCRUCIJADA



ENCRUCIJADA

    Después de haber caminado y caminado durante horas y horas llegó al punto en que el camino se bifurcaba. Se secó el sudor que amenazaba cegarlo. Respiró hondo. Atardecía.
    Allá, lejos, el cielo. Expandía su caballera enrojecida.
    La encrucijada le planteaba una disyuntiva. Cuando creyó decidirse, advirtió que no había sendero ni nada que condujera a algún sitio. Perplejo, se quedó clavado allí, allí donde se enlazaban el cielo y la tierra, misteriosamente.
                                                                                                                María Graciela Kebani

miércoles, 24 de junio de 2020

GELERT

GOURLAY STEELL (1819-94)

LLywelyn (1173-1240) y su valiente sabueso, Gelert 

1880


 

GELERT



Aquella mañana el píncipe Llewelyn decidió salir de caza. Hizo sonar su cuerno ante el portón del castillo. Todos los canes acudieron a su llamada, sin embargo, su lebrel favorito, Gelert, no respondió. Tres veces lo llamó. En vano. 

Como Gelert no lo había acompañado, la caza resultó exigua. 

Cuando regresó al castillo, Gelert se acercó brincando de alegría para recibirlo. Anonadado, observó cómo el perro apareció con sus colmillos colmados de sangre. El príncipe retrocedió espantado y el lebrel, sorprendido por ese recibimiento, se acurrucó a sus pies. 

Entonces un pensamiento terrible lo asaltó. Se precipitó hacia el cuarto del niño. 

Mientras se acercaba, más sangre y desorden encontraba por las habitaciones. La cuna volcada y manchada de sangre. 

El príncipe Llewelyn, cada vez más aterrorizado, buscó a su hijo por todas partes. Se convenció de que el perro había despedazado al niño. Desesperado le gritó a Gelert: "¡Monstruo, has devorado a mi hijo!" 

En ese instante, el llanto de un niño estremeció aún más la atroz escena. Debajo de la cuna enrojecida, encontró a su hijo, ileso. A su lado yacía el cuerpo ensangrentado de un enorme lobo. 

Demasiado tarde, Llewelyn descubrió lo que realmente había sucedido. 

                                                                  María Graciela Kebani 



viernes, 5 de junio de 2020

OTOÑO




OTOÑO

    Un otoño desvaído, suspendido de los árboles. Desde la ventana podía contemplar la plaza desierta. Sin niños y casi sin pájaros.
    Una atmósfera de irrealidad flotaba en el ambiente.
    Una quietud sobrecogedora.
    Mientras, un sol deslucido como un fantasma recorría la tarde transfigurada.
    En algún momento se acercaría la noche y por los senderos solitarios de la plaza las sombras,   entreveradas, se pasearían entre hamacas y toboganes.
    Desde la ventana, podía vislumbrar la vida, inescrutable que, como el otoño, pendía tristemente de los árboles.
                                                                                                          María Graciela Kebani