domingo, 25 de diciembre de 2016

"¿Qué les queda a los jóvenes?"

         El poeta y novelista Mario Benedetti  escribió un poema en el cual se cuestiona: “¿Qué les queda a los jóvenes?” en el mundo en que vivimos, un mundo de rutina y ruina”, un mundo “de consumo y humo “. Con cierto optimismo, el escritor uruguayo responde que los jóvenes aún pueden reaccionar ante los embates de una sociedad que asfixia, que acorrala, que degrada.
      Además de rebelarse ante tantas injusticias, ante tanta miseria, ante tanta sangre derramada, además de protestar y de rechazar las propuestas de una sociedad cada vez más individualista, egoísta y consumista, los jóvenes todavía pueden recuperar la palabra, la fe y la alegría, el respeto a la vida y a la naturaleza; recobrar los sueños, la fantasía y  el amor.
       Los jóvenes no deberían vacilar en tender a la perfección, a la excelencia, en desechar terminantemente los prejuicios, la vulgaridad, la discriminación. No deberían vacilar en rechazar con energía la droga, la violencia, la corrupción, la intolerancia y desarrollar, en cambio, la capacidad de pensar la realidad y de pensarse, para reconocer todas sus potencialidades como personas.
      Uno de los caminos más confiables para transitar hacia el futuro que se le presenta a los seres humanos es el conocimiento, no las confrontaciones.
      Al respecto, Jaim Etcheverry señala: «…nuestra última esperanza tal vez resida en conseguir quela escuela se transforme en ese singular baluarte de la resistencia cultural en el que se defienda lo humano.»
       Qué importante que el hombre no olvide su condición humana. Por eso decimos que a los les queda mucho por hacer y proponer. No solo les queda e alcohol, el rock, el graffiti  como manifiesta Benedetti, sino también crear lazos, espacios para el diálogo, comprometerse con la sociedad, valorar la amistad, el esfuerzo, el trabajo, la lectura, la sabiduría, aprender a convivir en paz, defender la verdad y las propias convicciones, luchar por la libertad y la justicia. También les queda extender siempre una mano, una sonrisa.
        La sociedad aguarda de cada uno de nosotros alguna señal que presagie una esperanza, el deseo de lograr una convivencia armónica para que todos podamos vivir una vida plena, digna de ser vivida.

                                                                                                                        María Graciela Kebani

lunes, 10 de octubre de 2016

Hubo alguna vez…


Hubo alguna vez…

Hubo alguna vez
un puerto que se abría
a la esperanza.
Un puerto que tendía
su mirada
más allá
de un cielo sin fronteras.
Un puerto
con sus barcos
de colores,
que iban y venían
de otros puertos,
de otros mares,
que llegaban y partían
entre sirenas
que encantaban
los oídos.
¿A dónde iban?
De noche, de día.
Con sus chimeneas
Humeantes,
orgullosas y altivas.
De un puerto a otro.
Hendiendo las aguas turbulentas
en noches de tormenta.
¿De dónde venían?
Para anclar en este río
ceniciento.
Hubo alguna vez
una ciudad,
un puerto
que se volvió azul
de tanto mirar
el cielo.

María Graciela Kebani



miércoles, 5 de octubre de 2016

Voces










Voces

Atravesó el viento
el puente de la noche.
El otro cielo,
azul, translúcido, 
casi de porcelana.
No se detuvieron.
Sus voces corrieron como una hoguera,
 treparon las ramas ardientes
 y el aire
se preñó de gritos.

               María Graciela Kebani

sábado, 24 de septiembre de 2016

HASTÍO








         Una lluvia finita, transparente. El sol se nos había ido de las manos. Resbaló por entre las nubes agrisadas, de un gris saturado de nostalgia. Hacía ya muchos días, muchos, que nuestros ojos solo veían agua, solo agua deslizarse por los cristales. No había manera de recordar. Ya no podíamos. Se nos iban yendo también los pájaros. Poco a poco. Y el viento anidaba en los nidos vacíos. Y el sueño tejía y destejía los recuerdos. Crecía el hastío como crecen las sombras cuando la noche empieza a abrir sus pétalos. Y era gris hasta el silencio que respirábamos. Y era gris el cielo que buscábamos, allá arriba, desamparados. Y aún más gris y eterna se volvía la espera. Y no encontrábamos las palabras que nos devolvieran las ilusiones perdidas. Llueve suavemente desde hace tiempo. La lluvia no acaba de resbalar sobre los árboles, sobre los tejados, sobre las plazas, sobre las fuentes… Cae, cae desde nuestra perpleja mirada hasta nuestras manos empapándonos de una extraña melancolía. Llueve y aún no advertimos que la vida también se desliza inexorablemente hacia la noche. 
                                                                                               
                                                                                            María Graciela Kebani

Confieso que he leído

UNA AUTOBIOGRAFÍA DE LECTURA

          Me resulta sumamente difícil elegir sólo dos libros después de haber leído más de mil y un libros. ¿Cómo seleccionar un solo libro que me haya resultado entrañable, cuando son muchísimas las lecturas que han marcado mi vida? De todas maneras, deberé ceñirme a la consigna. Aunque sé muy bien que se filtrará más de un título. Sabrán disculparme. La literatura es más fuerte. Si vuelvo a mis primeras lecturas, tal vez, me vea obligada a reconocer que uno de los libros que me marcó la infancia y mis primeros pasos hacia el mundo de la ficción y de la imaginación fue sin dudas, Las mil y una noches. Demás está aclarar que la versión no era para niños. El libro lo tenía mamá entre otros. Por eso llegó primero a mis manos. Tampoco puedo dejar de mencionar a dos novelas que me fascinaron durante la adolescencia, Los tres Mosqueteros y El Conde de Montecristo. Pero, ¿en qué rincón atesorar otras dos novelas entrañables: Las aventuras de Tom Sawyer y La vuelta al mundo en ochenta días? ¡Qué mundos desconocidos y llenos de aventuras y misterios para una niña que recién empezaba a acariciar los libros y amarlos con toda la pasión que puede despertar la literatura. Ese mundo inquietante y mágico creado y recreado por Sheherezada colmado de genios, de hadas y de lámparas maravillosas. D’Artagnan y el siglo XVII francés y una amistad: Edmundo Dantés encerrado en un prisión donde aprende con el abate Faria más de lo que podía sospechar con su juventud. Y Tom con su imaginación desatada y su afán por disfrutar de la vida que recién empezaba y Passepartout y esa vuelta por un mundo que yo desconocía.
        Y hoy después de tantos años, quizás pueda afirmar que uno de los libros que más me conmovió fue Ensayo sobre la ceguera. José Saramago, creo, es uno de los escritores más extraordinarios que he leído. Confieso que uno de los últimos libros que leí porque estaba en la biblioteca de mi escuela es  De repente en lo profundo del bosque, de Amos Oz. Una novela corta muy inquietante que se entromete en las entrañas más profundas de tu cuerpo y de tu mente. No te deja indiferente, al contrario, no sabés por qué sinuosos caminos discurre la trama que te va enredando y amenaza con atraparte sin piedad. Otro de los autores que en su momento me conmovió tremendamente fue Patrick Süskind con sus dos famosas novelas cortas: La paloma y El perfume. Lo mismo podría decir del suizo Dürrenmatt con su novela La sospecha, autores a los que accedí a través de la Biblioteca del Instituto Goethe.
          No puedo seguir, porque la lista se tornaría interminable. Sin embargo, ¿qué hago con Cervantes y Shakespeare? Se sobreentiende que cuando leímos a semejantes monstruos de la literatura nos conmovimos hasta las fibras más íntimas. Especialmente el teatro del dramaturgo inglés, aún leyéndolo, te deja sin aliento.
           ¿Qué más puedo decir habiendo citado Las mil y una noches, a Saramago, a Mark Twain, a Dürrenmatt, Shakespeare….?
         Qué mundos insoslayables los de la ficción literaria, qué escalofríos te corren por las venas ante las palabras de un relato, de una novela o de un cuento excelentemente escrito. A ellos les debo la pasión por la lectura y por la escritura. A ellos les debo lo que soy. La literatura hizo de mí una persona sensible no sólo al arte, sino también me acercó y me permitió comprender mejor a los seres humanos. Creo que los docentes que enseñamos Literatura tenemos una chispa especial que nos permite enseñar desde otro lugar y con otra visión del mundo que nos rodea.
     La Literatura nos hace volar. Y eso no es poco para seres humanos enraizados en una tierra que, a veces, no nos permite divisar el cielo, el país de los pájaros y del viento.           


   

domingo, 20 de marzo de 2016

ENTONCES EMPEZÓ A LEER

ENTONCES EMPEZÓ A LEER 

"No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído". 
La Biblioteca de Babel, Jorge L. Borges. 

 Corría desesperado perseguido por las sombras de la noche. Las calles se abrían y se cerraban, giraban y se enredaban tejiendo una red endemoniada. La luna, balanceándose como un farol, en medio de la creciente oscuridad. No podía detenerse. Nadie le daría una tregua. El viento replegó sus alas como un pájaro moribundo y el silencio se espesó, ominoso. La sed y el miedo y la fatiga. Aún tenía en su poder el libro. No quiso saber la hora. También el tiempo corría desenfrenado. Hacía rato que había perdido el rumbo. Hacía rato que había emprendido una carrera absolutamente absurda. Para qué engañarse. Imposible retroceder. No le quedaba más salida que respetar las reglas del juego, aunque estas le resultaran azarosas. Hacia adelante. Hacia la muerte. De pronto, advirtió que los edificios iban desapareciendo. No pudo calcular desde cuándo no pasaba ningún vehículo. Tampoco supo bien adónde debía llegar. ¡Qué importaba! En realidad, los hombres, por lo general, ignoran hacia dónde se encaminan sus vidas, por demás inciertas. La estrategia consiste en esquivar la muerte. Seguramente esa era su meta en esos precisos y preciosos momentos. Por lo menos, eso creía. En verdad, cuáles son las certezas que podemos alcanzar los seres humanos. Haciendo un esfuerzo descomunal, consiguió imprimir más velocidad a su alocada carrera. Súbitamente se detuvo. Temió haber perdido el libro. Pero no. Otra vez se equivocaba. Lo oprimió como si fuera un crucifijo. Cuando intentó avanzar, se sorprendió. Las hileras de edificios se habían transformado en altísimas estanterías colmadas de libros que se extendían más allá de su perpleja mirada. Libros, libros y más libros por donde resbalaban sus ojos deslumbrados. Una biblioteca colosal, sin principio ni fin. Distinguió a lo lejos escaleras que subían y bajaban. ¿Adónde? Una sensación de vértigo lo dejó sin aliento. Borges y su eterna Biblioteca de Babel. La infinitud perversa del Universo. La vida, apenas una letra entre esa ingente cantidad de páginas escritas a través de los siglos. Galerías que se multiplicaban en un espacio, inconmensurable, sin límites. No había salida posible. Ni hacia arriba ni hacia abajo. Ni cielo ni infierno. Aquellos incontables anaqueles que parecían ordenados perfectamente lo cercaban y acrecentaban el espanto. Sabemos que no hay ningún bibliotecario; nadie que nos oriente por esos pasadizos interminables. Sabemos que esos libros no nos responderán nuestras dudas, por el contrario, las aumentarán. Él lo sabe. «Jamás conseguiré leer todos esos libros que atesoran el pensamiento y el corazón de los hombres. Jamás.» Los libros parecían resplandecer entre las sombras. Instintivamente se aferró a su libro. Sus manos temblaron. Creyó vislumbrar una luz en medio del silencio de todos esos volúmenes, cerrados. Entonces, abrió cuidadosamente el libro que aprisionaba en sus manos y empezó a leer.