No se abrían las puertas. El cielo amenazaba con descargar su vientre hinchado, preñado de oscuras atrocidades.
Un viento enfurecido se deshacía en ominosas ráfagas.
No se abrían las puertas. Estábamos ahí. Clavados como impenitentes estacas, esperando.
Las puertas no se abrían. No se abrirían. Eso lo sabíamos.
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