martes, 9 de diciembre de 2014

DESDE LAS PROFUNDAS GARGANTAS DE LA NOCHE


Se descolgó la luna por los oscuros tejados de la noche. Y el viento remontaba sus pétalos, brillantes como relámpagos.
  Se detuvo delante de la puerta y golpeó con cierto temor. Como dudando. No, no hubo respuesta. Esperó sin embargo pacientemente alguna señal. Nada. Ni un rumor, ni un murmullo. Solo el viento arremolinando hojas secas. Otoño. Era otoño, por fin, pero no hacía frío. Más bien un calor inusitado. Creyó escuchar una música lejana. Y hasta creyó percibir algunas palabras. No pudo o no quiso entenderlas. ¿Por qué nadie acudía a su llamada?
    Y vio su sombra manchando la blancura platinada de la luna en la vereda. Era su sombra. Entonces reparó en las ventanas. Pero también cerradas. Bajas las cortinas. Selladas.
    No quiso darse por vencido. Golpeó otra vez. Ahora con más fuerza. Decidido. Y otra vez y otra…
     Los golpes resonaron en medio de un silencio sobrecogedor. ¿O eran los latidos de su desenfrenado corazón?
     De pronto, entre el crujido lastimero de las hojas le pareció escuchar su nombre. Quizá. Podría suceder que alguien estuviera llamándolo. Sí. Le llegó su nombre deshilvanado en los hilos frágiles del viento.
      Sí, lo llamaban. Desde las profundas gargantas de la noche.

             

     

viernes, 31 de octubre de 2014

No se abrirían

 No se abrían las puertas. El cielo amenazaba con descargar su vientre hinchado, preñado de oscuras atrocidades. Un viento enfurecido se deshacía en ominosas ráfagas. No se abrían las puertas. Estábamos ahí. Clavados como impenitentes estacas, esperando. Las puertas no se abrían. No se abrirían. Eso lo sabíamos.

Viento de sombras

 Andaba en la noche un viento de sombras. Alguien, en algún sitio, rezaba fervientemente sus letanías para que algún dios se apiadara de nosotros. ¿Qué dioses inconscientes se apiadarían? A estas alturas, ninguno. ¿Hasta cuándo seguiríamos ignorando todo lo que habíamos generado? Y seguimos. Seguimos. Pareciera que nada ni nadie puede detenernos. Impotentes, mis manos resbalaban suavemente sobre las teclas del piano. La música ascendió liberada como pájaros de una jaula. 

                                                            María Graciela Kebani

miércoles, 22 de enero de 2014

Entre la hojarasca


ENTRE LA HOJARASCA

Amanecía
el otoño
deshojado
en la vereda.
Un viento
ocre
y amarillo
crepitaba
como una fogata
ardiente.
Entre la hojarasca,
 una paloma,

muerta. 

    María Graciela Kebani

Súbitamente






SÚBITAMENTE

Súbitamente
un pájaro
cruza la niebla.
El aire quieto
 apenas se estremece.
El invierno
cuelga su desamparo
 de los árboles.
Es gris
el color
de la mañana.
Es gris
el color
de la nostalgia.
Gris la sombra
que ensombrece
el día.

           María Graciela Kebani