De repente, escuché ruidos en el altillo. Sabía perfectamente, que allí no había nadie. Sin embargo, se oía como si alguien anduviera revolviendo las cosas acumuladas por años en ese desván.
El corazón me golpeaba el pecho desaforadamente.
No había ninguna explicación razonable.
Me temblaban las piernas. Todo mi cuerpo se sacudía como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
Escuché apenas mi voz que se alzaba en medio del terror y el desconcierto:
"¿Quién esta ahí?"
Y otra voz respondió:
"Soy yo, papá."
Pero mi padre estaba muerto.
María Graciela Kebani
No hay comentarios:
Publicar un comentario