viernes, 26 de mayo de 2023

Obviamente

 




           -¡Y dónde está Dios?

           Nadie le respondió.

           Tampoco Dios, obviamente.   

                                  María Graciela Kebani

El formulario

 



    -Joven, necesito averiguar...

    -Sí, sí, pero primero tiene que completar este formulario...

    -¿Todo esto?

    -No se asuste. solo debe completar los espacios en blanco, tachar y poner cruces.

    -¿Algo más?

    -Sí, una solicitud y... ¿Qué sucede?

    -Está bien. Creo que ya olvidé para qué vine. 

                                                               María Graciela Kebani

lunes, 22 de mayo de 2023

Sorpresivamente

 


                   Sorpresivamente alguien abrió la jaula de la noche. Un oscuro pájaro de gigantescas alas echó a volar y ensombreció aún más el cielo de los hombres.  


                                                                                          María Graciela Kebani

viernes, 19 de mayo de 2023

La otra historia

 








     La noche cubrió el cielo como una mancha de tinta. La reina, bruja avezada en brujerías varias, abrió el portón del castillo y se topó cara a cara con Blancanieves. A esa hora su rostro resplandecía con la luz de una luna, tan llena como plateada. 

      Aterrada, la hechicera, que más malvada no podía ser, descubrió que su hijastra le tendía su níveo brazo y le ofrecía candorosamente una enrojecida manzana. Parecía recién cortada del  mismísimo árbol del paraíso.

      ¿Y ahora? ¿Cómo continúa este relato? ¿La despreciable bruja comerá la tentadora manzana?

     ¿Qué hacemos cuando la historia ha sido subvertida?

    Oh, estimado lector, dejo librada a tu imaginación la continuación de este cuento.

    Debo confesarte que detesto narrar los finales de estos relatos que rompen con la tradición.

    Tampoco quisiera creer que esta sea la historia de una burda venganza. 


                                                                                  María Graciela Kebani

martes, 16 de mayo de 2023

El silbido

 



     Empecé a bajar resignado por las escaleras. Estaba cansado, pero no me quedaba otra. El ascensor  otra vez no funcionaba. Tenía diez pisos por delante. Esperaba que, por lo menos, nadie me entretuviera durante el descenso. Desgraciadamente las escaleras carecían de iluminación natural. La luz artificial me deprimía. 

       Cuando me encontraba en el octavo piso, creí escuchar algo así como un silbido agudo, punzante. Me volví y no vi a nadie. Como sospechaba. Reanudé el descenso. El silbido se tornó más intenso y sentía que me perforaba la cabeza. Apuré el paso.

       Finalmente llegué a la planta baja. El silbido continuaba zumbándome en el cerebro como un moscardón. Detrás de mí, nada. ¡Nadie, nadie! No había nadie a mis espaldas. Pero el insidioso zumbido me ensordecía cada vez más y amenazaba perforarme hasta los huesos. 

       Entonces escuché mi voz que gritaba: "¡Ya basta, basta!"

       Y vi mis manos enloquecidas que trataban de destruir el inacabable zumbido. 

       Después no escuché nada más. Silencio absoluto. 

       Tal vez había estrangulado el silbido con mis propias manos.

                                                                               María Graciela Kebani

 




jueves, 4 de mayo de 2023

Eran las doce





 

             Eran las doce. La hora de las brujas y de los hechizos. La hora de los duendes y las hadas. La hora en que los espíritus aletean sobre el mundo de los vivos.

             Las puertas del misterio se abren y se desbandan los espectros y el miedo sobrevuela los insondables huecos de la noche. 

              La realidad se vuelve irrreal, siniestra. Nada es lo que parece. Se esfuman los contornos. Se arremolinan las asombras como las hojas secas. El viento cuelga de los árboles como un ahorcado y el silencio ahonda la oscuridad. 

               Un repentino timbrazo sacudió la casa. 

               Eran las doce. Sí, las doce. Del mediodía. 

                                                                                          María Graciela Kebani