Y entonces se escuchó un grito y otro y otro más. Y el Universo entero detonó en un atroz alarido. Luego, un silencio tremendo y el abismo. Más allá, un horizonte de sombras.
María Graciela Kebani
Y entonces se escuchó un grito y otro y otro más. Y el Universo entero detonó en un atroz alarido. Luego, un silencio tremendo y el abismo. Más allá, un horizonte de sombras.
María Graciela Kebani
-Señor, ¿cuál es su nombre?
-Alí Babá.
-¡¿Alí Babá?! ¡No me diga! ¿Está insinuando que, sin darme cuenta, me encuentro metido en un cuento de Las mil y una noches?
-¿Y quién le dijo a usted que yo soy un personaje de ficción?
-¡Oh, vamos! ¿Dónde dejó a los cuarenta ladrones? ¿Y Morgiana?
-¿Usted cree que vive en un mundo real?
-Obviamente.
-¿Usted está convencido de que en su mundo no hay espacio para la fantasía y el misterio?
-Por supuesto.
-Bueno, entonces no dude y cierre de inmediato el libro. Así podrá disfrutar de la realidad real y verdadera de su universo y de su monotonía. Dígame, ¿es más absurdo una cueva que se abre milagrosamente al pronunciar ciertas palabras mágicas o que los hombres se maten entre sí y destruyan su propio hábitat? Y permítame brindarle un último consejo: intente, si quiera una vez, pronunciar las palabras maravillosas: "¡Ábrete, sésamo!".
María Graciela Kebani
-¿Y usted quién es?
-Simbad, el marino.
-¿Ah, sí? Si usted es Simbad, yo soy el genio de la lámpara maravillosa de Aladino. Tanto es así que puedo concederle tres deseos, aunque le parezcan muy difíciles de cumplir.
-Perfecto. Entonces mi primer deseo es que la humanidad logre convivir en paz de una buena vez.
-¿Pero qué me pide? Eso es imposible. Si ni los dioses de las grandes religiones, ni los santos, ni los monjes tibetanos ni las monjas de clausura han conseguido que los hombres vivan pacíficamente, se imaginará que yo, solito, a pesar de mi omnipotencia, en este caso, me considero impotente. Podría solicitarme algún otro deseo menos complejo.
-¿Sería más sencillo solicitarle acabar con el hambre de todos los seres humanos del planeta Tierra?
-Claro que sí. Su pedido podría satisfacerlo al instante.
-Mire que son millones los que padecen hambre.
-No se preocupe. Ya está concedido. ¿Su segundo deseo?
-¿Podría sanar a todos los enfermos?
-Por supuesto. Concedido. Le queda el último.
-El último es predecible. Deseo que si yo soy en verdad Simbad, el marino, usted sea realmente el genio de la lámpara.
María Graciela Kebani