Un gato tan elegante como irreverente se lanzó a recorrer los tejados. Se deslizaba sutil y misterioso, sigilosamente, para no despertar las sombras.
Cuando llegó al borde de la noche, se dispuso a balancearse en el redondo espejo de la luna.
Y su sonrisa era tan azul como su mirada.
María Graciela Kebani