La luna trepaba por los escalones de la noche, brillante como un ojo de gato.
No encontró la calle que buscaba. Pasajes, callejones, cortadas que se entrecruzaban ante su mirada perpleja. Otra vez y otra. Había perdido la cuenta como ya había perdido la vida. Poco a poco.
No supo qué hacer. Tembló. Instintivamente se aferró al papel. Una ráfaga helada sacudió hasta sus recuerdos. ¿Dónde estaba el cielo? ¿Dónde el paraíso prometido? Sólo conocía el infierno. ¿Por qué?
Un silbido ensordecedor, inacabable, y el tren atravesando la noche. Como un rayo. Otra vez. La historia siempre se repite con leves variaciones.
Las líneas se cruzan, se entrecruzan, se enmarañan.
No hay marcha atrás. Sus ojos revolvieron las sombras, buscando.
Ahora con desesperación, cercana al estallido. No quería admitirlo. Ni calle, ni número ni edificio ni... Nada. ¿Cómo se extravió de esa manera? ¿En qué escenario quedó varado? ¿A quién preguntar? Ni un apuntador diestro que le recordara el libreto.
Volvió a mirar el papel, ajado, manoseado. Leyó nuevamente las palabras y los números. Por centésima vez. Pero no entendió. ¿Qué podía entender? ¿Qué debía? ¿Qué haría allí? En medio de la nada. Esperando que se alzara el telón.
Sin embargo, la función hacía ya tiempo que había empezado. No sabía cuándo terminaría.
No sabía cuándo bajaría el telón.
María Graciela Kebani
martes, 19 de julio de 2011
jueves, 24 de marzo de 2011
Ninguna palabra que ordenara el caos
Otra vez el silencio
Cruzó el tren el túnel de la noche como una ráfaga. La campanilla sacudió con su estridencia las sombras que volvían. Otra vez las tinieblas. El silencio suspendido de los abismos celestiales.
Ninguna voz que colmara los espacios.
Ninguna palabra que ordenara el caos.
María Graciela Kebani
La noche en cierne
La noche en cierne
Ni muertos ni vivos. La noche en cierne. Un muro de palabras. Una tumba para sepultar los sueños. El miedo. El miedo cae al agua en círculos concéntricos. Justicia. Ni vivos ni muertos. No están. Pero vuelven, siempre vuelven. Siempre. Una y otra vez. Por las calles de la noche y la memoria.
En el nombre de la patria.
Huellas. Huellas que remuerden las conciencias. Incesantemente. No hay cruces que recuerden. Sólo huesos. Huesos sin nombre. Un viento de sombras sobrevuela un mar sin orillas. Y el miedo y la culpa. Y la muerte de centinela en cada esquina.
En el pozo de la noche se desploma la luna. Incandescente. Vuelven, siempre vuelven. Aletean como mariposas. Colman el aire con sus quejidos. No responden, pero miran, miran a través de de sus ojos sin tiempo.
No están vivos. No están muertos. Respiran inocencia. Ya no están. En el nombre de Dios.
El infierno abre sus fosas de fuego. no existe ningún paraíso. No están. ni aquí ni allá. ni en el cielo. Ni bajo tierra. No están. Muertos. El mar los devoró a mordiscones. En el nombre...
Ni vivos ni muertos.
Muertos...
María Graciela Kebani
martes, 4 de enero de 2011
LA SOMBRA DE DIOS
LA SOMBRA DE DIOS
Recorrí los pasillos de la noche
constelados de sombras y de espejos.
Como cirios ardían las estrellas,
como relámpagos destellaban
enigmas y presagios.
Busqué la música
detrás de los cristales
y el silencio orlado de campanas.
Busqué paraísos deslumbrantes,
ángeles con alas y trompetas.
Busqué santos con aureolas luminosas,
arco-iris y auroras boreales.
Descendí a los infiernos abisales
atravesando conjuros y tormentas.
Una lluvia de pájaros y rosas
desbordó los espacios siderales.
La inmensidad me dejó sin aliento,
y en un instante
vislumbré suspendida de los cielos
la sombra de Dios
en el espejo.
María Graciela Kebani
Desde el Espejo
Desde el espejo.
El cielo es un círculo perfecto.
El Universo, el espacio
del vacío.
El tiempo,
girando interminable
en la eterna esfera
de un poema.
El mar,
como un dios furibundo
y desafiante,
se alza crispado,
para arrojarse,
enajenado,
contra las rocas,
contra las piedras,
contra las tumbas.
Curva la luna
su vientre radiante.
Desde el espejo,
la potestad de la muerte.
María Graciela Kebani
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