viernes, 4 de septiembre de 2020

¿Amanecía?





   Corrió desesperadamente hasta la parada. Cuando llegó, el colectivo se alejaba como una tromba. ¿Y ahora? Esperar. Solo esperar, mientras la oscuridad iría in crescendo.
   Todo a su alrededor comenzaría a difuminarse pese a los focos luminosos.
   Una ráfaga helada le golpeó la cara como un latigazo. ¡Qué mala suerte! Por un minuto. Lo único que le faltaba, que se desatara una tormenta. El viento volvió a  cruzarle el rostro y le cerró los ojos.       Cuando los abrió, una vez más la oscuridad lo estremeció. Ninguna señal del colectivo. El frío punzante lo dejaba sin aliento y no le daba tregua. El tiempo continuaba su avance inexorable. Se ciñó aún más la bufanda.
   Su mirada trató infructuosamente de distinguir los faros del ómnibus en medio de la bruma. Nada.
Entonces, cuando elevó sus ojos al cielo, hacia el este, creyó vislumbrar los primeros rayos del sol.
¿Amanecía?
 
                                                                                                    María Graciela Kebani

jueves, 3 de septiembre de 2020

Ya no recordaba adónde iba





El tren llegó a la estación. Puntualmente. Cuando ya las sombras desfilaban erráticas por los andenes, desiertos, desolados. Subió solo en el vagón que abrió sus puertas, allí, donde estaba parado, esperando. Ningún pasajero ascendió ni descendió.






La locomotora, de inmediato, se puso en marcha.
En la noche, las ventanas iluminadas del tren resplandecían con inusitada extrañeza. Sin embargo, el tren avanzaba completamente vacío. Se dejó conducir como un niño, mientras miraba a través de la ventanilla un paisaje fantasmagórico sumido en la niebla. Ya no recordaba adónde iba.
                                                                                       
                                                                                             María Graciela Kebani