domingo, 20 de marzo de 2016

ENTONCES EMPEZÓ A LEER

ENTONCES EMPEZÓ A LEER 

"No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído". 
La Biblioteca de Babel, Jorge L. Borges. 

 Corría desesperado perseguido por las sombras de la noche. Las calles se abrían y se cerraban, giraban y se enredaban tejiendo una red endemoniada. La luna, balanceándose como un farol, en medio de la creciente oscuridad. No podía detenerse. Nadie le daría una tregua. El viento replegó sus alas como un pájaro moribundo y el silencio se espesó, ominoso. La sed y el miedo y la fatiga. Aún tenía en su poder el libro. No quiso saber la hora. También el tiempo corría desenfrenado. Hacía rato que había perdido el rumbo. Hacía rato que había emprendido una carrera absolutamente absurda. Para qué engañarse. Imposible retroceder. No le quedaba más salida que respetar las reglas del juego, aunque estas le resultaran azarosas. Hacia adelante. Hacia la muerte. De pronto, advirtió que los edificios iban desapareciendo. No pudo calcular desde cuándo no pasaba ningún vehículo. Tampoco supo bien adónde debía llegar. ¡Qué importaba! En realidad, los hombres, por lo general, ignoran hacia dónde se encaminan sus vidas, por demás inciertas. La estrategia consiste en esquivar la muerte. Seguramente esa era su meta en esos precisos y preciosos momentos. Por lo menos, eso creía. En verdad, cuáles son las certezas que podemos alcanzar los seres humanos. Haciendo un esfuerzo descomunal, consiguió imprimir más velocidad a su alocada carrera. Súbitamente se detuvo. Temió haber perdido el libro. Pero no. Otra vez se equivocaba. Lo oprimió como si fuera un crucifijo. Cuando intentó avanzar, se sorprendió. Las hileras de edificios se habían transformado en altísimas estanterías colmadas de libros que se extendían más allá de su perpleja mirada. Libros, libros y más libros por donde resbalaban sus ojos deslumbrados. Una biblioteca colosal, sin principio ni fin. Distinguió a lo lejos escaleras que subían y bajaban. ¿Adónde? Una sensación de vértigo lo dejó sin aliento. Borges y su eterna Biblioteca de Babel. La infinitud perversa del Universo. La vida, apenas una letra entre esa ingente cantidad de páginas escritas a través de los siglos. Galerías que se multiplicaban en un espacio, inconmensurable, sin límites. No había salida posible. Ni hacia arriba ni hacia abajo. Ni cielo ni infierno. Aquellos incontables anaqueles que parecían ordenados perfectamente lo cercaban y acrecentaban el espanto. Sabemos que no hay ningún bibliotecario; nadie que nos oriente por esos pasadizos interminables. Sabemos que esos libros no nos responderán nuestras dudas, por el contrario, las aumentarán. Él lo sabe. «Jamás conseguiré leer todos esos libros que atesoran el pensamiento y el corazón de los hombres. Jamás.» Los libros parecían resplandecer entre las sombras. Instintivamente se aferró a su libro. Sus manos temblaron. Creyó vislumbrar una luz en medio del silencio de todos esos volúmenes, cerrados. Entonces, abrió cuidadosamente el libro que aprisionaba en sus manos y empezó a leer.