Se descolgó la luna por los
oscuros tejados de la noche. Y el viento remontaba sus pétalos, brillantes como
relámpagos.
Se detuvo delante de la puerta y golpeó con
cierto temor. Como dudando. No, no hubo respuesta. Esperó sin embargo
pacientemente alguna señal. Nada. Ni un rumor, ni un murmullo. Solo el viento
arremolinando hojas secas. Otoño. Era otoño, por fin, pero no hacía frío. Más
bien un calor inusitado. Creyó escuchar una música lejana. Y hasta creyó
percibir algunas palabras. No pudo o no quiso entenderlas. ¿Por qué nadie
acudía a su llamada?
Y vio su sombra manchando la blancura
platinada de la luna en la vereda. Era su sombra. Entonces reparó en las
ventanas. Pero también cerradas. Bajas las cortinas. Selladas.
No quiso darse por vencido. Golpeó otra
vez. Ahora con más fuerza. Decidido. Y otra vez y otra…
Los golpes resonaron en medio de un
silencio sobrecogedor. ¿O eran los latidos de su desenfrenado corazón?
De pronto, entre el crujido lastimero de
las hojas le pareció escuchar su nombre. Quizá. Podría suceder que alguien
estuviera llamándolo. Sí. Le llegó su nombre deshilvanado en los hilos frágiles
del viento.
Sí, lo llamaban. Desde las profundas
gargantas de la noche.