viernes, 27 de julio de 2012

Desde el otro lado

DESDE EL OTRO LADO

   Se detuvo. Ese era el número. No resultó muy difícil llegar. A pesar de todo. ¿Y ahora? ¿Qué hacer?
   La luna, llena de luz, giraba entre las aspas de la noche.
   Pulsó el timbre con cierta vacilación. Una bandada de palomas se desató en el aire. Algunas plumas se dispersaron cerca de sus manos. De repente, recordó su infancia. Una ventana. El sol, colgando rezumante como un racimo dorado, enceguecedor, de las ramas de los plátanos.
    La casa parecía deshabitada. Los postigos estaban cerrados.
    El reloj marcó las siete. Otra vez se hallaba solo. Esperando.
    Pulsó nuevamente el timbre. Deseó con fervor que alguien respondiera. Desde el mirador derruido volvieron a soltarse las palomas en una explosión de alas y de plumas.
    Otra vez su padre no vendría.
    Nadie del otro lado.
    Intentó una vez más.
    Fue inútil.
    Cuando miró hacia arriba, un aleteo sacudió la noche y sus recuerdos.
    Sombras, sólo sombras. Ni una estrella.
    Una pluma se deslizó de entre sus dedos.

                                              María Graciela Kebani

martes, 3 de julio de 2012

Ya era tarde

YA ERA TARDE

No escuchó los gritos de terror y desesperación.
No, no pudo.
No vio a los niños desangrándose en las calles.
No, no pudo verlos.
Humo y fuego por todos sitios.
Llamaradas.
Cielos ardiendo.
Tronaban furiosos los dioses de la guerra.
Estallaban edificios, estallaban árboles, campanarios.
Hasta el viento estallaba en pedazos.
Hasta el mar.
Graznidos de cuervos enloquecían el aire.
Con qué pasión segaban la vida.
Sin embargo, no conseguía olvidar.
No, nunca olvidaría.
Todo fue inútil.
Después lo supo.
Ya era tarde.

                                 María Graciela Kebani

miércoles, 20 de junio de 2012

Buenos Aires, siempre Buenos Aires

BUENOS AIRES, SIEMPRE BUENOS AIRES

Buenos Aires,
te sueño
en cada tarde
de jazmín, de rosas,
en cada ocaso
encendido de geranios.
En un patio florecido de malvones
y en los gorriones aleteando
en las mañanas.
Te busco
en cada domingo de verano,
en este cielo amanecido,
en un balcón, en un rincón
solitario, enmudecido.
En la nostalgia de un tango,
en aquel poema que evoca
tus luces y tus sombras.
Buenos Aires,
aún añoras el esplendor
de un pasado que se ha ido,
porque hoy, descarnada, la miseria
deambula por tus calles
con su rostro de niño dolorido.

Buenos Aires,
te encuentro
en algún barrio remoto y olvidado
con perfume de aromos y glicinas,
en un farol, en una esquina.
En la ventana que se abra
y que me mira.
En tu música de viento y de campanas,
en la magia deslumbrante
de una noche de luna.

Buenos Aires,
ciudad única, tuya y mía,
que sólo sabes
tender tus brazos
para que te abracen...
Buenos Aires,
siempre Buenos Aires.

                    María Graciela Kebani